Si de ellas se obtuvo vino es algo que no estamos en condiciones de saber actualmente, pero los an�lisis bot�nicos demuestran que en la ladera de la Serra Grossa que mira hacia la Condomina, en Alicante, hab�a vides (seguramente silvestres) mil ochocientos a�os antes de Jesucristo. Tan viejo es, hoy por hoy, el origen de las vides y de los vinos alicantinos.

No obstante, no parece que la empresa medrara mucho porque en �poca romana (siglos II A.C. al VII D.C.) e incluso antes, en �poca ib�rica (siglos V al II A.C) nos encontramos frecuentemente con envases para vino, �nforas de barro, venidos de fuera, tanto de Etruria, como de Grecia o del sur de Italia, o de territorios romanos y aun africanos.

Las tierras alicantinas, o al menos una parte de sus pobladores, eran ya tan exquisitos hace dos mil a�os, que importaban para su consumo vino extranjero. Pero la producci�n local deb�a de subsistir. En el pacto que hace el pr�ncipe �rabe Abd al-Aziz, hijo de Muza (el famoso Moro Muza de la conqu�sta isl�mica) con el magnate godo Teodomiro, que habitaba en la zona entre Elche y Orihuela, uno de los tributos que se exigen en especie es el mosto, quiz� para la confecci�n de arropes, a los que el paladar isl�mico es tan aficionado.

La �poca isl�mica no fue tampoco ajena al vino, y, salt�ndose la prohibici�n cor�nica, hay muchos poetas del oriente de Al Andalus que cantaban al vino, a sus borracheras y a las bellas esclavas o a los mocitos coperos a quienes no apuntaba a�n el bozo, que se lo serv�an. Con la conquista cristiana del siglo XIII se aumenta la plantaci�n de vides y el uso del vino. Hay documentaci�n abundante al respecto ya desde el tiempo de Jaime I. Sin embargo no ser� hasta el siglo XV cuando hallaremos documentaci�n expl�cita sobre el vino alicantino. De una parte est� la noticia registrada por el viajero alem�n Hieronymus M�nzer que, en 1494, anota en su dietario que "...de la villa de Alicante se saca gran cantidad de vino muy exquisito..". En 1510 conocemos un privilegio de Fernando el Cat�lico por el cual no se pod�a entrar vino forastero en la ciudad y terminos de Alicante. Con este documento comenzaba una feroz pol�tica proteccionista de los vinateros y exportadores de la huerta de alicante contra los del Medio Vinalop� y de la Foia de Castalla, pol�tica que perdur� a lo largo de toda la �poca de la monasqu�a de los Austrias.

A lo largo del siglo XVI y sobre todo del XVII el vino de Alicante era famoso por toda Europa. Podr�amos perfectamente decir que es el primer vino hisp�nico que tiene una denominaci�n propia. Tan es as� que el Duque de Saint Simon cuenta en sus Memorias que cuando el Rey Sol, Luis VIV de Francia, estaba a las puertas de la muerte, consumido por la gangrena, el �nico alimento que admit�a eran bizcochos mojados en vino de Alicante, naturalmente el famoso Fondill�n. Su nieto, el Duque de Anjou, futuro Felipe V, cuando era a�n pretendiente a la corona de Espa�a tras la muerte de Carlos II, para favorecer a sus partidiarios alicantinos en su guerra contra el Archiduque de Austria, que tambi�n pretend�a la corona, concedi� en 1708 a las villas y t�rminos de Castalla, Onil, Tibi, Ibi, Biar, Petrer, Mon�var y Ba�eres que "..puedan entrar sus frutos en Alicante, cuando est� recuperada...", por sus tropas, se entiende. Mas tan pronto cay� en sus manos la ciudad cambiaron los vientos y en 1711 revoc� el acuerdo volviendo a la pol�tica proteccionista tan cara a los vinateros de Alicante y su campo.

La propia calidad del vino que las vides alicantinas proporcionaban fue la raz�n de la aparici�n del Fondill�n que se produc�a en unas y otras zonas con un sistema de extracci�n y obtenci�n pr�cticamente semejante, t�cnica, o mejor dicho, arte que ha llegado hasta nuestos d�as, aunque los barriles con soleras viejas parece que, en alguna zona, fueron una mas de las v�ctimas inocentes de la guerra civil y, de hecho, s�lo hace pocos a�os que comienza a verse en el mercado, y en tiradas reducidas a unos pocos cientos de botellas, fondill�n de distintos fabricantes que mantienen los viejos usos atemperados por la riqueza t�cnica contempor�nea. Para la obtenci�n de este vino tan renombrado en la Europa del Barroco se limpiaban bien los racimos y asoleadas en la propia vid, las cuales eran cosechadas bastantemente despu�s de la vendimia normal. Tras el pisado se pasaba el mosto con toda la casca a toneles de roble en los que fermentaba durante un mes. La cantidad de az�car producida con este sistema proporcionaba con facilidad vinos de hasta 18� que pasaba luego a toneles con solera. En la huerta de Alicante estos toneles eran generalmente tres o cuatro, y se trasegaba del m�s reciente al m�s viejo llenando siempre la parte proporcional del m�s joven con el nuevo vino. Con este sistema el caldo, una vez elaborado, ten�a ya sus cuatro o cinco a�os, mas como a menudo se depend�a de la bondad de la cosecha del a�o para rellenar el tonel y no siempre era conveniente para tal elaboraci�n, no era infrecuente que el vino se quedase en barrica ocho o diez a�os. Eso explica su �xito, ya que adem�s, su elevada graduaci�n lo preservaba de estropearse.

La plantaci�n alicantina de vides para vinificaci�n tuvo su mayor auge cuando la filoxera destruy� las vi�as de Francia. El tercer cuanto del siglo XIX se vi� marcado por las masivas exportaciones de vino alicantino a Francia para salvar su producci�n lleg�ndose a cifras de hasta cinco millones de hectolitros anuales. La denominaci�n de "Vino Medicina" para el de Alicante se hizo proverbial entre los vinateros franceses del periodo, ya que era �l quien hab�a "curado" la industria del vecino pa�s.

En 1892 concluyeron los pactos de Francia, que comenzaba a recibir ya vino procedente de Argelia, y al mismo tiempo penetr� a Espa�a la plaga. La cat�strofe fue total pero no arrendr� a los cultivadores que buscaron pies americanos, resistentes a la filoxera, en los que injertar las viejas especies locales: Monastrell, Garnacha y tantas otras. De esa f�rmula, que se ha revelado muy eficaz, dependemos a�n ahora y con el �xito de cualquier mediano conocedor de los vinos alicantinos puede f�cilmente comprobar.